lunes, 4 de noviembre de 2013

El Debut

Todos los diabéticos y sus seres queridos más cercanos no olvidarán nunca este día. En nuestro caso, el de Luis, fue el 4 de julio de 2013. Un día de preocupación y angustia precedido de otros tres o cuatro días en los que notas que algo va mal, de hecho cada vez peor; quizás, como en nuestro caso también, precedido de una visita al médico de cabecera que te recomienda que esperes unos días ya que puede estar incubando un virus (aunque no manifieste fiebre), o que los padres primerizos nos angustiamos muy pronto o incluso que esa pérdida de peso que apreciamos se debe a que le hemos cortado el pelo... quizás, en esta visita, todos tengamos muchas historias que contar, de incomprensión, ligera burla, o mejor llamarlo por su nombre, de total incompetencia.
Una simple prueba de glucosa tarda, entre que se encuentra lo necesario (glucómetro, tiras, gasas, boli), como mucho un minuto y le hubiera ahorrado a Luis casi dos días de encontrarse cada vez peor, de irse apagando poco a poco, por la falta de insulina que su páncreas ya no producía, en definitiva de no tener que entrar en urgencias del Hospital Niño Jesús casi en coma cetónico y estar cuatro días en cuidados intensivos antes de subir a planta.
Una simple prueba que todo médico que se precie y que siga amando su profesión no dudaría en hacer al escuchar los síntomas: decaimiento general excesivo, olor a cetona en la boca, bebe mucha agua y orinando también exceso, etc...
No es la mejor de comenzar a enfrentarse a esta singularidad nueva en la vida de tu familia, pero así suele suceder, lamentablemete.
Cuando llegamos a urgencias y nada más contarle los síntomas al médico de guardia (afortunadamente un endocrino), mandó hacerle una prueba de glucosa, siempre nos quedará la duda de si no hubiera sido endocrino el médico de guardia que hubiese pasado. Cuando le hizo la prueba, al cabo de un minuto, su cara, que nunca olvidaremos mostró una expresión de pesar que no pudo ocultar, nos mostró el glucómetro que marcaba 440 y nos dijo "vuestro hijo es diabético". Esas cuatro palabras yo no comprendía todo lo que significaban, todo lo que cambiaban una vida de un niño de casi dos años, mi mujer no pudo evitar el llanto y el médico se apresuró a calmarla y tranquilizarla, yo seguía sin comprender la gravedad, al igual que la mayoría de las personas que han tenido una nula relación con la diabetes.
Poco a poco, estando en la UCI, vamos recibiendo información de todo tipo, lo primero es que él esté bien, ya que casi no despierta y hay cierto peligro. Después de casi 24 horas prácticamente sin moverse comienza a incorporarse y cuando le quitan el suero empiezan las comidas medidas al gramo, las insulinas, los controles de glucosa cada hora, etc...
Al subir a planta empiezas poco a poco, a involucrarte en todos los cuidados que desde ahora hasta que él se valga por si mismo necesita tu hijo. Son muchos, y complicados, no son automáticos, tú tienes que interpretar unos resultados o unos síntomas y obrar en consecuencia, además de los controles, al principio son cada dos horas con el consiguiente cansancio de los padres.
Se entra en una vorágine de subidas, vertiginosas bajadas, zumos, galletas, insulina... en la que también hay que aprender a relativizar esos resultados y no obsesionarse con una perfección que no existe, poco a poco esperas la llegada a casa, con ilusión por salir del hospital y con miedo, miedo que tratas de no mostrar, todo lo contrario la seguridad con la que actúes es importante tanto para los médicos como para tu hijo, el cual ya estará más que acostumbrado a los pinchazos de los controles pero no tanto a los de la insulina.
Y siempre, y desde el primer día, esperando una cura definitiva para la diabetes tipo I, que llegará y sólo de nosotros depende el cuándo.